El guáimaro es un árbol que renace. Sus propiedades lo hacen parecer un árbol «mágico». El guáimaro se levanta para enfrentar el cambio climático y ser una alternativa de vida para las comunidades y la biodiversidad del país.
por Efraín Rincón
Abriendo el camino, buscando vida y qué comer, caminaron los abuelos de Zaida Maria Cote, autoridad tradicional Wayú en el municipio de Manaure, departamento de La Guajira. Hacia la década de los treinta, los pasos de sus antepasados los llevaron a encontrar una tierra sagrada, fértil y llena de vida. Era una tierra buena, porque había guáimaros. Allí se estableció la comunidad del Guaymaral. “El wayú decía que donde había guáimaro había prosperidad”, cuenta Zaida sentada a la orilla del río, en medio del bosque seco guajiro.
Cuando en los árboles había iguanas, e incluso serpientes, quería decir que el fruto iba a ser provechoso. Y si esto era así, significaba que sus corrales también se iban a cargar de chivos. Así le hablaba el guáimaro, o Brosimun alicastrum, a los Wayú. Les daba de comer, los cuidaba. En las culturas prehispánicas, especialmente en las de Centroamérica, las semillas nutritivas de este árbol significaron el alimento básico de su gente.
Pero con el tiempo esto cambió, de guáimaros se fue hablando y comiendo menos. No solo ahí, también en otras zonas del Caribe colombiano. Las costumbres desaparecían y con ellas este árbol. Él, como muchos otros palos, fueron cercenados hasta cerca de su desaparición. Se convirtieron en víctimas y testigos de la muerte lenta del Bosque Seco Tropical. Se volvieron un dato más dentro de ese 8% que queda de las 9 millones de hectáreas que le pertenecían al ecosistema, según el Instituto Humboldt.
Sin embargo, no es el final. El guáimaro representa una historia de resistencia frente a la deforestación por su madera, por la expansión de la frontera agrícola y los cultivos de coca y marihuana que reclaman tierra. Sus raíces guardan secretos para enfrentar al cambio climático. Este árbol-fénix revive poco a poco, de la mano del mismo ser humano, para convertirse en una alternativa alimenticia y una oportunidad de vida para varias comunidades en el país.
Leer Más : http://www.todoesciencia.gov.co/aprende/ciencia/el-arbol-de-la-vida
El guáimaro es un árbol que renace. Sus propiedades lo hacen parecer un árbol «mágico». El guáimaro se levanta para enfrentar el cambio climático y ser una alternativa de vida para las comunidades y la biodiversidad del país.
por Efraín Rincón
Abriendo el camino, buscando vida y qué comer, caminaron los abuelos de Zaida Maria Cote, autoridad tradicional Wayú en el municipio de Manaure, departamento de La Guajira. Hacia la década de los treinta, los pasos de sus antepasados los llevaron a encontrar una tierra sagrada, fértil y llena de vida. Era una tierra buena, porque había guáimaros. Allí se estableció la comunidad del Guaymaral. “El wayú decía que donde había guáimaro había prosperidad”, cuenta Zaida sentada a la orilla del río, en medio del bosque seco guajiro.
Cuando en los árboles había iguanas, e incluso serpientes, quería decir que el fruto iba a ser provechoso. Y si esto era así, significaba que sus corrales también se iban a cargar de chivos. Así le hablaba el guáimaro, o Brosimun alicastrum, a los Wayú. Les daba de comer, los cuidaba. En las culturas prehispánicas, especialmente en las de Centroamérica, las semillas nutritivas de este árbol significaron el alimento básico de su gente.
Pero con el tiempo esto cambió, de guáimaros se fue hablando y comiendo menos. No solo ahí, también en otras zonas del Caribe colombiano. Las costumbres desaparecían y con ellas este árbol. Él, como muchos otros palos, fueron cercenados hasta cerca de su desaparición. Se convirtieron en víctimas y testigos de la muerte lenta del Bosque Seco Tropical. Se volvieron un dato más dentro de ese 8% que queda de las 9 millones de hectáreas que le pertenecían al ecosistema, según el Instituto Humboldt.
Sin embargo, no es el final. El guáimaro representa una historia de resistencia frente a la deforestación por su madera, por la expansión de la frontera agrícola y los cultivos de coca y marihuana que reclaman tierra. Sus raíces guardan secretos para enfrentar al cambio climático. Este árbol-fénix revive poco a poco, de la mano del mismo ser humano, para convertirse en una alternativa alimenticia y una oportunidad de vida para varias comunidades en el país.